Dos hogares.

   Waterlife. Un CD de música instrumental, un tesorillo encantador encontrado en una de esas tantísimas tiendas de 99 centavos que abundan aquí, en EE.UU. La magia se hace y me transporto a la Argentina, a Puerto Madryn. Caminando voy por la arena mojada. El cielo añil, el sol de oro, las nubes nieves, un barco, una vela, unas cuantas gaviotas y un pingüino conforman el paisaje solitario a la orilla del golfo. Me zambullo en la tarde que canta…

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        Por la árida planicie patagónica, hacia los Andes increíbles y lejanos, se van volando las luces de la tarde. Vuelven mis pasos por la arena, ahora fría. Otras luces destellan en la noche en ciernes. El manto templado de la brisa marina rasguña mi piel. Casi llego a la esquina de Sarmiento y Roca. Unos pocos metros… y entraré en mi hogar. Escucharé de nuevo la cálida voz de mis padres, de mis hermanos, de mi abuela, sentados alrededor de la mesa, esperándome a cenar…

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El último tema del CD termina. Muere el final de Stream of Life, y yo retorno a mi hogar. Desde el gazebo, en una esquina del patio, levanto mis ojos y veo, por encima de los techos, las creíbles y cercanas montañas del sur de California. Voces infantiles me sacan del ensueño: “Tía, mi mamá la llama a comer”.

Y me levanto, perdida todavía en la nostalgia. Bordeo la piscina en dirección a la casa, a la cocina. Por entre los arbolitos que protegen el den, a través de los cristales de la puerta – ventana, veo a Gloria, a Elsa, a los niños. Un sentimiento de gozo y gratitud invade mi corazón. Soy feliz. De lejos y de cerca, en este punto del universo en que vivo, se funden los seres que amo y que me aman. Mis dos hogares, - uno perdido en el sur infinito de la Patagonia; otro, también en otro sur, el de California - se hacen uno, uno solo hogar que abraza las distancias y acerca los afectos.

Alba Llanes, Rancho Cucamonga, California, 1 de Junio de 2006.