El espacio de Alba Llanes
  Tan peligrosa como el SIDA: la tragedia de la violencia doméstica
 

TAN PELIGROSA COMO EL SIDA:

La tragedia de la violencia doméstica.

 

El silencio de los corderos.

Sufrió su primera paliza en la misma noche de bodas. Siguió luego un largo calvario de 40 años. Le pegaba cuando estaba borracho y cuando estaba sobrio. La insultaba, la vejaba, la amenazaba,  la sometía, la humillaba, la controlaba, la mantenía sumergida en el más cruel aislamiento. Aún así, los hijos no dejaron de llegar: once en total, tres de ellos muertos en la niñez. Los hijos presenciaban mudos, desesperados, aterrorizados, la tragedia. Ellos también eran víctimas de su padre: no sólo por la violencia ejercida contra su madre, sino por la ejercida contra ellos mismos. Había, claro, arrepentimientos efímeros por parte de él, y perdones generosos por parte de ella. Por unos días, él se controlaba, y ella recuperaba la esperanza de que todas las promesas de amor que él le había hecho, ahora sí se iban a cumplir. Como aquella vez cuando, cansada de tanto maltrato, acudió al juez. El hombre lloró a lágrima viva, y el letrado, compadecido, le ordenó a ella que volviera con él, pues nunca había visto llorar así a un hombre, por su mujer.

Al crecer, los hijos se fueron yendo del hogar, y ella comenzó a quedarse horrorosamente sola… con él, con sus maltratos. Por segunda vez acudió a la justicia. El juez aceptó declararlos separados, pero la obligó a vivir, a ella y a sus dos hijos menores, en la misma casa con él. El infierno se hizo más espantoso. Finalmente, después de decenas de denuncias mal atendidas, acudió a la televisión. Compareció en un programa a principios de diciembre de 1997. Dos semanas más tarde, el 17 de diciembre, Ana Orantes, española,  natural de Cúllar Vega, Granada, de 60 años de edad, fue rociada con gasolina y quemada viva, por su marido, José Parejo.

Un caso entre cientos de miles de mujeres quemadas, atropelladas intencionalmente por el carro del marido, lanzadas al vacío, degolladas, muertas a tiros, apuñaladas, envenenadas, estranguladas… Un caso entre cientos de miles de mujeres que llegan a los servicios de emergencia hospitalarios con traumatismos, con lesiones de diferentes grados. Muchas van acompañadas del propio marido que las golpeó, y que habla por ella: “Fue un accidente”, “Tropezó y se cayó”,  son las justificaciones más usuales. Y la mujer calla y asiente, temerosa de represalias. Internamente, muchas veces, hasta lo justifica: “Me golpea porque me ama”, “Fui yo la culpable, porque lo provoqué”… Un infinito etcétera se añade a la lista.

Mal de muchos, ¿consuelo de tontos?

Actualmente, la violencia doméstica sufrida por la mujer es tan generalizada y peligrosa que se la compara con el SIDA. El grado alcanzado es tal, que ya se habla de “terrorismo doméstico”, y se lo compara con la escalada de terrorismo a nivel internacional. Las estadísticas producen escalofríos:
 - Según el Informe Mundial Sobre la Violencia y la Salud, de la Organización Mundial de la Salud, cada año mueren, en el mundo, alrededor de 800 mil mujeres a causa de la violencia de todo tipo.
-De dos a cuatro millones de mujeres son agredidas, cal año, por sus esposos o sus novios.
- en Europa, más de 40 millones de mujeres son víctimas de malos tratos en el hogar. Según la Comisaría Europea de Asuntos Sociales, de la Unión Europea, la violencia física causa más muertes y discapacidades entre mujeres entre 15 y 44 años, que el cáncer, la malaria, guerras o accidentes de tránsito.
- En EE.UU., alrededor de un millón y medio de mujeres sufren violacón o ataques físicos de sus parejas.
 -    América Latina es, según el Banco Interamericano de Desarrollo, la zona del planeta con mayores índices de violencia contra la mujer. Una de cada cuatro latinas es maltratada físicamente en su hogar, mientras que entre el 60 y el 85 por ciento han sido blanco de algún grado de violencia psicológica. Sólo entre el 5 y el 15 % de las mujeres víctimas de violencia, estarían denunciando lo que les ocurre. 

Hacia una definición de violencia doméstica.

El Diccionario de la Lengua Española define a la violencia como “acción de usar la fuerza y la intimidación para conseguir algo”. Cuando se habla de “violencia doméstica”, se está hablando del uso de la fuerza y la intimidación para lograr algo, en el ámbito de las relaciones hogareñas: entre cónyuges - ya sea del marido en contra de la mujer, o de la mujer en contra del marido -, entre padres e hijos, o entre familiares que conviven en una misma casa. En el presente artículo nos estamos enfocando particularmente en la violencia doméstica dirigida contra la mujer. Sobre estas bases, propondremos nuestra definición.

Los ejemplos que mencionamos anteriormente abarcan, básicamente, dos categorías de violencia: la física, que involucra también la violencia sexual; y la psicológica. Sea cual sea la categorización que hagamos, lo cierto es que la violencia contra la mujer es, en sentido general,  cualquier actividad llevada a cabo que vulnere su integridad espiritual, psíquica y física. Los ámbitos en que se puede manifestar esta violencia son:

El ámbito físico: empujones, golpes, lesiones, etc.

El ámbito psíquico: amenazas, insultos, vejaciones, humillaciones, rechazo, aislamiento.

El ámbito sexual: práctica de actos sexuales humillantes, dolorosos o que contraríen la voluntad de la mujer.

El ámbito económico: el marido controla en forma absoluta los recursos económicos del hogar, impide que la mujer tenga acceso a ellos y no suple para las necesidades de ella y/o de sus hijos. En muchas ocasiones, el hombre no trabaja, pero administra para sus propios fines los recursos financieros que la mujer aporta al hogar.

El ámbito social: uso de la mujer, por parte del marido, para realizar actividades ilícitas, en contra de la voluntad de ella: prostitución, delincuencia, etc.

El ámbito laboral: la explotación laboral de la mujer, por parte del marido. Esta explotación se manifiesta de diferentes maneras, por ejemplo: el marido obliga a la mujer a trabajar continuamente dentro de la casa, sin darle lugar al descanso que ella necesita; el marido obliga a la mujer a trabajar fuera de la casa, mientras él no lo hace; etc.

Lo que callan las mujeres.

No sólo lesiones, mutilaciones y muerte son secuelas del maltrato doméstico. Las mujeres maltratadas pueden llegar a sufrir uno o más de los siguientes trastornos: problemas en el dormir, pérdida del apetito, ansiedad, depresión, intentos suicidas u homicidas, pérdida del sentido de la realidad,  fobias y trastornos de pánico, sentimientos de culpa, alcoholismo o drogodependencia, trastornos psicosomáticos; efectos somáticos de origen psicológico: dolores de cabeza y espalda, desmayos,  crisis epilépticas, ceguera, pérdida de audición, trastornos gastrointestinales, respiratorios, cardiovasculares, urinarios, etc.

Nos estamos remitiendo solamente a las consecuencias en la mujer. No hablamos aquí de los hijos, que en forma directa o indirecta sufren, añadiendo, en muchos casos, más dolor a la propia madre.

Las raíces del mal.

Son variadas las causas que provocan este flagelo social: mentalidad machista, prejuicios culturales sobre el papel de la mujer dentro del hogar y en la sociedad, indiferencia de las autoridades ante el problema, ignorancia  de la mujer acerca de las leyes que la protegen, miedo a las represalias por parte del hombre, vivencias negativas sufridas por los propios varones, etc. Aún dentro del pueblo de Dios, la ignorancia de la Palabra de Dios y las malas interpretaciones de la Biblia, unidas a factores como los enumerados anteriormente, provocan actitudes y acciones que no corresponden a lo que realmente el Señor ha establecido en Su Palabra, y que generan focos de violencia doméstica. Pero más allá de todas esas causas, en el fondo, subyace la causa última de este mal. Esa causa se llama PECADO. Efectivamente, la ruptura de la comunión con Dios, debido a la rebeldía y desobediencia humanas, ha introducido un desequilibrio en las relaciones humanas y, particularmente, en la interacción entre el hombre y la mujer, en el seno del matrimonio, en el seno de la familia. 

Lo que nos dice la Biblia.

Es bien extenso lo que nos habla la Biblia acerca de la mujer. Encontramos leyes antiguo testamentarias y regulaciones neotestamentarias; encontramos ejemplos de actuaciones positivas y negativas de y hacia las mujeres; encontramos, en fin, una variedad de información a veces aparentemente contradictoria, que es usada muchas veces en forma parcial y prejuiciada para menoscabar el papel de la mujer en el hogar, en la sociedad, en la Iglesia. El análisis de esa información excede el marco de este artículo. No obstante, podemos delinear, siquiera someramente, una serie de principios básicos de orden bíblico, que deben ser tenidos en cuenta a la hora de interpretar los pasajes bíblicos que hablan sobre la mujer, y que deben marcar nuestras pautas de conducta y de comportamiento, no sólo en nuestras actuaciones personales, sino cuando estamos enfrentados a una manifestación de este mal.

1º. La mujer, como el hombre, fue creada a imagen y semejanza de Dios. Génesis 1:27: “Y creó Dios al hombre, a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”. La palabra “hombre” es usada aquí en sentido genérico de “ser humano”, no de sexo masculino.

2º. La mujer fue bendecida por Dios en el acto de creación. “ ... El día en que creó Dios al hombre, a semejanza de Dios lo hizo; varón y hembra los creó; y los bendijo;...” Génesis 5:1,2. Ver también 1:28.

3º. A ambos por igual se les dio mandato de sojuzgar la tierra y señorear sobre la naturaleza: (Génesis 1:28).

3º. Según Génesis 2:18, la mujer fue creada para ser “ayuda idónea” del hombre. La palabra hebrea que se traduce como “ayuda” significa, etimológicamente, “un poder o fuerza que puede salvar”. La etimología de la palabra “idónea”, por su parte, señala a uno que está “igual en frente”, o sea en la misma posición, como complemento del otro.

4º. La violencia contra la mujer y la situación de desventaja que ha sufrido y sufre, son productos del pecado del ser humano. Efectivamente, en Génesis 3:16, leemos: “Multiplicaré en gran manera los dolores en tus preñeces; con dolor darás a luz los hijos; Y TU DESEO SERA PARA TU MARIDO, Y EL SE ENSEÑOREARA DE TI”. La consecuencia del pecado, en la mujer, no consiste en su posición de sujeción a la autoridad amorosa y protectora del hombre, sino en el estado de sumisión abyecta al que puede llegar, bajo el autoritarismo y los abusos de autoridad de su marido.

5º. Con la muerte y resurrección de Jesucristo, el Plan de Dios ha sido el de restaurar las relaciones entre el hombre y la mujer, así como entre estos y Dios. De este modo encontramos que:

Primero, en lo referente a la Salvación y a la relación con Dios, la mujer y el hombre están en igualdad de condiciones. En 1 Pedro 1:7, se establece que ella es coheredera de la gracia de Dios: “Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a coheredera de la gracia de Dios, para que vuestras oraciones no tengan estorbo.”

Segundo, en el marco de la convivencia cristiana, el hombre y la mujer se complementan: “Pero en el Señor, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón.” (1 Corintios 11:11).

Tercero, la mujer debe respetar al hombre y sujetarse voluntariamente a él. Esto lo leemos en  1 Pedro 3:1: “Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos; para que también los que no creen a la palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas”. En Colosenses 3:19: “Casadas, estad sujetas a vuestros maridos, como conviene en el Señor”.  Y en Efesios 5:22, 24: “Las casadas estén sujetas a sus propios maridos [...] Así que, como la iglesia está sujeta a Cristo, así las casadas lo estén a sus maridos en todo”.

Cuarto, los maridos deben amar a las mujeres con el mismo amor con que Cristo ama a la Iglesia. En Efesios 5:25, 28, 33, leemos: “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella [...] Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama [...] Por lo demás, cada uno de vosotros ame también a su mujer como a sí mismo, y la mujer respete a su marido”

 Quinto: los maridos deben honrarlas y protegerlas. Leíamos anteriormente, en 1 Pedro 1:7: “Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil [...]”  En Colosenses 3:19, el apóstol Pablo recalca: “Maridos, amad a vuestras mujeres y no seáis ásperos con ellas”.

Una reflexión, un llamado.

Como cristianos, no podemos quedarnos con los brazos cruzados frente a esta tragedia que golpea a tantos hogares. La obediencia incondicional a la Palabra de Dios, y la disposición para denunciar y tratar de remediar el mal donde quiera que se halle, es misión ineludible nuestra, que está enmarcada en el mandato que nos dio nuestro Señor, de ir, predicar, enseñar y llevar liberación a los oprimidos de Satanás.

Primeramente, en el ámbito eclesiástico, es necesaria la enseñanza sistemática y perseverante sobre este tema, para que se vaya produciendo una transformación efectiva en la manera de pensar de muchos creyentes que aún viven atados a lo que el apóstol Pedro llamó “vana manera de vivir, recibida de vuestros padres” (1 Pedro 1:18).

En segundo lugar, lamentablemente gran parte de la asistencia psicológica y espiritual en este campo, está en manos de inconversos que aplican muchas veces metodologías alejadas de los principios establecidos por Dios. Se hace urgente la existencia de consejeros ungidos con el Espíritu Santo y debidamente capacitados, para ayudar a personas con problemas de esta índole.

En tercero y último lugar, es necesario conocer cuáles son los mecanismos e instrumentos legales establecidos por los gobiernos, encaminados a proteger a las víctimas de la violencia doméstica, incluyendo a las mujeres. La ignorancia de leyes protectoras, un falso concepto de amor cristiano, un mal entendimiento de lo que es la sujeción, y el miedo a represalias, son factores que, en ocasiones, se unen para impedir una solución al maltrato sufrido por muchas mujeres. No es pecado, acudir a las autoridades y leyes establecidas por Dios para buscar protección, en caso de violencia familiar que ponga en peligro la vida de algún miembro de la familia.

No podemos cerrar nuestros oídos, nuestros ojos, nuestros sentidos, a la realidad del flagelo de la violencia doméstica. Como cristianos tenemos múltiples recursos de los cuales echar mano, para enfrentar este mal. No nos quedemos con los brazos cruzados. Recuerde que la Biblia dice: “… y al que sabe hacer lo bueno y no lo hace, le es pecado” (Santiago 4:17).

Este artículo apareció por primera vez en la Revista "Fe y Acción", Volumen 2, Número 5, del Concilio Internacional "Una Cita Con Dios, en Bellflower, California.

 
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