El espacio de Alba Llanes
  La atención a las viudas (1 Timoteo 5:3-16)
 

La atención a las viudas.

 

1 Timoteo 5:3-16

 

Desde los inicios de la Iglesia, en el seno de la misma, se había formado una institución para socorrer a mujeres viudas (ver Hechos 6:1; 9:36-39).  La posición de desventaja de la mujer en la sociedad de la época, y la falta de instituciones de bien público encaminadas a la protección y sostenimiento de los desvalidos, hizo perentorio que la Iglesia tomara, en sus manos, la iniciativa de ayudar en forma efectiva a los necesitados dentro de ella, entre los cuales abundaban las viudas. La palabra “honra” usada aquí, se emplea en el mismo sentido que en la frase “doble honor” de 1 Timoteo 5.17: “sostenimiento financiero”. Sin embargo, este socorro no debía ser dado indiscriminadamente, sino siguiendo ciertos principios. El abuso de confianza y la actitud desleal e, inclusive, inmoral de ciertas mujeres dentro de la Iglesia, obligaron  a establecer requisitos para la administración de este tipo de ayuda.

Requisitos para recibir este servicio.

            a) Que fueran verdaderamente desamparadas (v. 4): Viudas que no tuvieran familiar alguno que se encargara de ellas. Podrían ser mujeres que habían perdido todos sus familiares, o mujeres creyentes cuyos familiares no creyentes las dejaban desamparadas por causa de su fe. El apóstol enfatiza la necesidad de que, en el seno de las familias, se desarrollara el sentido de la responsabilidad con respecto a las mujeres que quedaban solas. Por las palabras de los versículos 7, 8 y 16, algunos creyentes que tenían viudas en su familia, estaban dejando, a cargo de la Iglesia, la responsabilidad del sostenimiento de ellas, eludiendo así sus propias obligaciones al respecto.

                b) Que fueran verdaderamente piadosas (vv. 5, 6): “Mas la que en verdad es viuda y ha quedado sola,  espera en Dios,  y es diligente en súplicas y oraciones noche y día. 6 Pero la que se entrega a los placeres,  viviendo está muerta”. Los recursos de la Iglesia, generados muchas veces con verdadero sacrificio, por los creyentes fieles, debían estar destinados a aquellas viudas que llevaban una vida de sobriedad y de dedicación al Señor, no a las que estuvieran entregadas a una vida de placer, cómoda y muelle. Bill H. Reeves escribe al respecto:

 

La palabra griega para decir "se entrega a los placeres" es una sola, y quiere decir vivir en la autogratificación, o vida voluptuosa y lujosa. No se hace referencia a vida en placeres ilícitos o criminales, sino a vida mimada y regalada, en la comida, la bebida, y la ociosidad. Esta palabra griega aparece en el Nuevo Testamento solamente aquí, y en Santiago 5:5 (habéis sido disolutos)” [1].

 

                c) Que tuvieran una edad avanzada (v. 9). Había dos razones por las cuales el apóstol Pablo estaba estableciendo un límite mínimo de edad [2] para comenzar la ayuda a las viudas:

Primero, algunas mujeres cristianas que habían enviudado jóvenes, después de haber disfrutado de la ayuda solidaria de la iglesia, en vez de seguir fieles a Dios, se habían casado nuevamente, pero fuera del orden y la voluntad de Dios, posiblemente con hombres no creyentes. El versículo 15 señala que “Algunas se han apartado en pos de Satanás”. La frase es dura y señala hasta qué grado de rebeldía y apostasía habían llegado. Uno no puede menos que preguntarse si entre ellas no habría algunas que llegaron a convertirse en las “mujercillas” de 2 Timoteo 3: 6,7.

 Segundo, que el sostenimiento financiero de viudas jóvenes podría traer como resultado la ociosidad, la molicie y la dedicación de ellas al chisme y la murmuración. Como cristianas, ellas no debían mantenerse improductivas: si no se dedicaban a lo espiritual, a la oración y la intercesión y a llevar una vida de servicio a Dios, lo mejor que hacían era casarse nuevamente, y emplear su tiempo, su vigor, y sus capacidades para formar familias cristianas saludables.

d) Que mostraran una buena conducta general y servicio a los santos. El apóstol añade: 9 que haya sido esposa de un solo marido, 10 que tenga testimonio de buenas obras;  si ha criado hijos;  si ha practicado la hospitalidad;  si ha lavado los pies de los santos;  si ha socorrido a los afligidos;  si ha practicado toda buena obra”.

Cabe aquí una observación: la mentalidad grecorromana y oriental consideraba a las mujeres como inferiores a los hombres, y como en un estado de permanente infancia, por lo que debían siempre estar bajo la tutela de alguien, fuera padre, hermano, esposo o hijo. La idea de una mujer joven, soltera e independiente financieramente, no cabía en la cosmovisión del mundo de aquella época. De modo que, para una mujer joven, la opción más viable para su propia protección era el matrimonio. Parece ser que el sistema de ayuda a viudas, implementado en la Iglesia primitiva, estaba propiciando una nueva conducta en ciertas mujeres que, por su soledad, habían quedado en cierto modo bajo la tutela de la Iglesia. Esta tutela y la manutención que conllevaba, las liberaba de toda responsabilidad personal, y les ofrecía una vida de libertad desconocida anteriormente. No todas usaban esta libertad para bien, o sea, para servir a Dios con mayor flexibilidad (compárese con 1 Corintios 7: 8, 9, 26, 34), sino que algunas se estaban acostumbrando a llevar una egoísta vida de autosatisfacción y deleite, a costa de la ayuda que recibían. Pablo, entonces, recomienda que esas mujeres hagan lo que era considerado más provechoso, aparte de servir a Dios: casarse, tener hijos, formar un hogar. Aún en la época actual, cuando la mentalidad ha cambiado y el espectro de posibilidades para la mujer se ha ampliado,  el principio permanece inamovible: la ayuda de la Iglesia debe estar encaminada a proveer para satisfacer la verdadera necesidad. Siempre que la persona creyente tenga algún medio para sostenerse a sí misma, no debe ser carga para la Obra del Señor. Esto, por supuesto, debe ser entendido en el contexto de la ayuda a los necesitados, no debe ser aplicado para aquellos que están dedicados por completo al servicio a Dios, ya que “el obrero es digno de su salario”.

 

Llanes, Alba. Apuntes Exegéticos. (Rancho Cucamonga, CA: EDICI). 2007.

 



[2] El límite citado por Pablo es 60 años. Al respecto señala John Gill, en Exposition of Entire Bible: “La edad de 60 años fue reconocida por los judíos como “vejez”, pero no antes”. E-Sword, La Espada del Espíritu. (Nota de la editora).

 
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