Requisitos necesarios para ancianos y obispos
(Tito 1:5-7).
5Por esta causa te dejé en Creta, para que corrigieras lo deficiente y establecieras ancianos en cada ciudad, así como yo te mandé. 6El anciano deber ser irreprochable, marido de una sola mujer, y que tenga hijos creyentes que no estén acusados de disolución ni de rebeldía. 7Es necesario que el obispo sea irreprochable, como administrador de Dios; no soberbio, no iracundo, no dado al vino, no amigo de contiendas, no codicioso de ganancias deshonestas.[1]
Los requisitos establecidos en este pasaje apuntan a establecer un liderazgo que fuera ejemplo dentro de una comunidad altamente pecaminosa y marcada por la falta de valores morales elementales. Pueden ser descritos de la siguiente manera:
1) El obispo o presbítero debe ser “irreprensible” (gr. anénkletos). Una persona a la que no se le puede reprochar algo, en materia de conducta. La palabra se usa dos veces: en el versículo 6, refiriéndose a la conducta moral del líder, en relación con su esposa; en el versículo 7, refiriéndose a su labor como administrador (oikónomos) de la Obra de Dios.
2) El obispo o presbítero debe ser “marido de una sola mujer”. En el griego, literalmente dice: “de una mujer marido” (mias gunaikos aner). No aparece el adverbio “sola”. A lo largo de la historia, se han señalado varios significados para esta frase. Resumimos, a continuación, la excelente explicación al respecto, desarrollada por Nancy Weber de Vyhmeister :
Primero, que el obispo debía estar casado. La frase, efectivamente, conjura el celibato obligatorio, pues admite como regla general, en el ministerio, a hombres casados y con hijos. Sin embargo, la reglamentación no excluye que haya presencia de ministros solteros, por elección personal. Tanto Jesús como el mismo apóstol Pablo, señalaron esta última posibilidad, aunque no como regla general y obligatoria (véase Mt. 19:12; 1 Co. 7:7, 8, 25-38).
Segundo, que el obispo no debía ser polígamo, o sea, tener varias esposas a la vez. Nancy Weber señala al respecto: a) Que para el siglo I, la presencia de la poligamia era sumamente escasa, estando presente solamente en algunos judíos que vivían en Palestina. b) Que, aunque existía el concubinato, “en el siglo I, la monogamia era la única forma legal de matrimonio en el mundo grecorromano”. c) Que la misma frase se aplica a las viudas de 1 Timoteo 5:9. Si la frase “de una mujer marido”, se explica a la luz de la poligamia, entonces, la frase “de un hombre mujer”, señalaría que también había poliandria en esa época, cosa que no tiene ningún respaldo histórico.
Tercero, que el obispo no fuera divorciado. Dentro de la enseñanza neotestamentaria que se expresa en contra del divorcio (Mt. 5:31-32; 19:3.12; 1 Co. 7:10-14), se encuentra también una enseñanza que lo admite bajo circunstancias especiales (Mt. 5:32; 19:9; 1 Co. 7:15). De modo que no puede señalarse de forma tajante que esta sea la explicación a la frase “de una mujer marido”.
Cuarto, que el obispo no se volviera a casar, después de enviudar. Sobre este punto, la señora Weber de Vyhmeister señala que la idea podría armonizar con las instrucciones antiguotestamentarias sobre el recasamiento de los sacerdotes después de enviudar (Lv. 21:13-15), y con algunos pasajes neotestamentarios como Lucas 2:36,37; 1 Corintios 7:8,40. Sin embargo, ella escribe:
Seguir las instrucciones del Antiguo Testamento en cuanto al matrimonio de los sacerdotes no tiene sentido, ya que en ningún punto el ministerio del Nuevo Testamento sigue las reglas del sacerdocio judío. En el mundo romano, volverse a casa después de enviudar, no sólo era común sino hasta obligatorio. El emperador romano César Augusto mandó que todas las viudas menores de cincuenta años volvieran a casarse antes de dos años. En ningún lugar del Nuevo Testamento se dice que el matrimonio después de enviudar es inapropiado. Prohibir a los obispos viudos que volvieran a casarse se asemeja al consejo de los falsos maestros que prohibían totalmente el matrimonio (1 Ti. 4:3).
Quinto, que el obispo fuera fiel en su matrimonio. Esta línea de interpretación fue sostenida por Teodoro de Mopsuestia (ca. 350 – 428), quien escribía que el obispo es “uno que se casa con una mujer, vive con ella con prudencia, se conserva para ella y dirige hacia ella el deseo de la naturaleza”. Esta postura ha sido adoptada por algunos intérpretes contemporáneos, como C. H. Dodd, Jonh Stott, William Hendriksen y Keener. Weber señala que esta explicación es razonable y concuerda muy bien con todo el contexto del pasaje, y con toda la enseñanza bíblica. La frase resumiría así la idea de que el líder cristiano no sería infiel a su esposa, buscando aventuras temporales extramatrimoniales o teniendo concubinas, y enfrentaría la situación de divorcio y recasamiento adscribiéndose estrictamente a las reglas y excepciones establecidas en el Nuevo Testamento.
3) El obispo o presbítero debe tener un hogar que sea ejemplo para la comunidad. En este caso no sólo en lo referido a su relación matrimonial, tal y como lo vimos en el punto anterior, sino con respecto a sus hijos. La traducción de la Reina-Valera dice: “que tenga hijos creyentes, que no estén acusados de disolución ni de rebeldía”. En griego, la palabra traducida como “creyentes”, es pistosque significa también “fiel, fidedigno, digno de confianza, confiable, verdadero”. La Reina- Valera de 1995 sigue a la versión de 1960 y traduce “creyentes”. Esa misma línea de traducción siguen la Reina-Valera Autorizada (1989), la Nueva Versión Internacional (NVI), la Nueva Biblia de los Hispanos (NBLH), la Biblia al día (BAD), la Biblia Dios Habla Hoy, la Biblia Latinoamericana (BL, 1995), la Biblia en Lenguaje Sencillo (BLS) y la Biblia de Jerusalén (BJ). Traducen la palabra “pistos” como “fieles”, la Reina-Valera de 1865, la Reina-Valera 1909, la Reina-Valera 2000, la Palabra de Dios para Todos (PDT) y la Nácar Colunga, entre otras. Estas dos variantes de traducción se relacionan, a su vez, con dos interpretaciones del texto: la primera sostiene que el obispo debe tener hijos cristianos; la segunda, que sólo basta que sean fieles y obedientes a su padre, que estén en sujeción, que no sean libertinos ni rebeldes, aunque no profesen la fe cristiana. La segunda interpretación es la que ha predominado en el ámbito cristiano.
Es sumamente importante considerar la aplicación de este requisito en un contexto sociocultural diferente al de la época y tipo de sociedad imperante en el que fueron escritas estas palabras. Se han dado casos extremos de disciplinar a ministros del Evangelio, o de expulsarlos de sus funciones ministeriales y aún de la congregación, por las malas conductas y acciones de hijos que ya no están más bajo su tutela y que, habiendo alcanzado la mayoría de edad, se han descarriado voluntariamente de la fe. El siguiente análisis tiene como objetivo ofrecer información relevante que permita no sólo una buena interpretación, sino una correcta aplicación del pasaje a la realidad de la Iglesia en diferentes épocas y condiciones socioculturales como las nuestras.
En primer lugar, es importante tener en cuenta el tipo de relación padre – hijo, que se establecía en el siglo I de la era cristiana, dentro del mundo grecorromano. En este sentido cabe señalar que, tanto en la concepción hebrea como en el Derecho Romano, el ejercicio de la patria potestad o autoridad paterna era muy diferente a la que se sostiene en los sistemas legales actuales, particularmente en el mundo occidental.
En el mundo grecorromano, no importaba que el hijo hubiera alcanzado la mayoría de edad establecida por la sociedad, o que se hubiera casado, o aún que ocupara importantes posiciones políticas, militares, económicas y sociales. Mientras el padre viviese, y salvo por algunas excepcionales emancipaciones, el hijo siempre estaba subordinado a su padre. Particularmente, en el marco del derecho romano, el concepto de patria potestad había dado al padre facultades extraordinarias sobre los miembros de la familia, incluyendo los hijos.
La legislación romana primitivo, establecida en las Doce Tablas, daba al padre el poder de vida y muerte sobre sus hijos. Aunque este tipo de prerrogativa fue paulatinamente limitada a medida que se desarrolló el derecho civil, y el poder de las instituciones gubernamentales, sin embargo, aún para el siglo I d.C., el peso legal de la patria potestad era sumamente fuerte. En el marco del pasaje que estamos leyendo, encontramos que, cuando se habla de “hijos”, se está refiriendo a hijos de cualquier edad (menores o mayores de edad) y en cualquier estado civil (casados o solteros), que no estuviesen emancipados por causas excepcionales.
En segundo lugar, es importante tener en cuenta que el contenido y alcance del concepto de “patria potestad” ha variado notablemente con respecto al siglo I d.C., en el mundo grecorromano. Generalmente, los códigos civiles de las naciones occidentales establecen: a) un límite para establecer lo que se denomina “mayoría de edad”; b) un concepto diferente de las relaciones padres – hijos, en relación con la minoría y mayoría de edad y el ejercicio de la patria potestad.
Más allá de las variantes que puedan manifestarse en los diferentes países, una cuestión queda clara: a) que la mayoría de edad suele establecerse generalmente entre los 16 y 21 años; b) que una vez adquirida dicha mayoría de edad, el hijo queda emancipado totalmente de la tutela paterna, y tiene responsabilidad legal propia e independiente. Cesa legalmente la patria potestad. El padre pierde el derecho legal a imponer su autoridad en el hijo y, al mismo tiempo, no es responsable de las conductas que este desarrolle, ni de las acciones que lleve a cabo. El padre solo puede aconsejar y guiar, pero no puede ir más allá. Este marco de costumbre y legalidad ha determinado un cambio en las mismas actitudes de los hijos, que se acostumbran a actuar con independencia en relación con sus progenitores.
Todo esto introduce una visión diferente a la hora de aplicar el requisito a la vida de la iglesia, y debe impulsarnos a mantenernos alejados de literalismos irracionales y de extremismos legalistas, que causan daño a los creyentes y a la Obra de Dios.
4) El obispo debe tener un carácter y una conducta gobernados por la moderación y la sobriedad. Por una parte, el líder cristiano no debe ser:
a) “Soberbio”, o sea, arrogante, “pagado de sí mismo”; esta es la idea que transmite la palabra griega usada “audsádes”, que significa literalmente, “que se agrada a sí mismo”.
b) “Iracundo”. La palabra griega es orguilos y caracteriza a una persona irrascible, que se irrita fácilmente, que se llena de ira por cualquier cosa.
Con respecto a estos atributos negativos, Beacon Hill escribe:
Todas son faltas de carácter que, si se toleran en un líder de la iglesia, de seguro lo conducirán a su ruina. El hombre soberbio es arrogante, sabio en su propia opinión y terco. Tales características traicionan por completo el espíritu del Maestro. El hombre iracundo es de temperamento irritable, vengativo, no tiene paciencia, lo cual es esencial para el siervo de Cristo.
c) “Dado al vino” (pároinos). Un eufemismo para designar a los bebedores consuetudinarios, a los borrachos. El alcoholismo era una verdadera epidemia en el Imperio Romano y muy particularmente en Creta. Aún en la vida cotidiana, debido a la mala calidad de las aguas, las personas mezclaban agua con vino, para apagar la sed.
d) “Pendenciero” (plektes), o sea golpeador, belicoso, peleón.
e) “Codicioso de ganancias deshonestas” (aijrokerdés). Esta frase cobra realce cuando leemos en el versículo 11 que los falsos maestros andaban “enseñando por ganancia deshonesta lo que no conviene”. Aquí, el apóstol vuelve a usar las dos palabras que componen a aijrokerdés. En contraste con los falsos maestros, el verdadero líder cristiano debe caracterizarse por su sobriedad en materia financiera; mucho más, no debe comprometer su enseñanza y su mensaje por ningún tipo de beneficio económico. No debe seguir las modas teológicas o predicar lo que a la gente le gusta escuchar, sencillamente porque va a recibir más invitaciones, o va a obtener mejores ofrendas. El móvil de su servicio a Dios no debe ser el enriquecimiento, o el obtener ventajas materiales, sino el amor al Señor y al prójimo. De su manutención y subsistencia se encarga su propio patrón, el Señor Jesucristo, que establece en Su Palabra que “el obrero es digno de su salario” (1 Ti. 5:18; comparar con 1 Ti. 6:5,6).
Por otra parte, el líder cristiano debe mostrar una serie de cualidades positivas, que lo distingan en medio de la congregación y la comunidad donde ejerce su ministerio. Los versículos 8 y 9 contraponen a lo descrito en los versículos anteriores, una serie de requisitos positivos de carácter personal y ministerial:
a) “Hospedador”. La palabra griega es philóxenos que significa literalmente “amor al extraño”, y se traduce también como “hospitalario”. El significado de esta palabra, en este contexto, alcanza plenitud si pensamos en el ejemplo de Gayo, citado por el apóstol Juan:”Amado, fielmente te conduces cuando prestas algún servicio a los hermanos, mayormente a los desconocidos” (3 Jn. 5). El propio Juan contrasta la actitud de ese discípulo, con la de un falso líder, Diótrefes: “Yo he escrito a la iglesia; pero Diótrefes, al cual le gusta tener el primer lugar entre ellos, no nos recibe. Por esta causa, si yo fuere, recordaré las obras que hace parloteando con palabras malignas contra nosotros; y no contento con estas cosas, no recibe a los hermanos, y a los que quieren recibirlos se lo prohíbe, y los expulsa de la iglesia”. (3 Jn. 9,10).
b) “Amante de lo bueno” (philagazos). Esta es la única vez que esta palabra aparece en todo el Nuevo Testamento. El líder cristiano debe amar lo bueno y ser bondadoso, debe encaminar sus pensamientos, afectos y voluntad hacia lo que es bueno, justo, honesto, virtuoso (Fil. 4:8; 1 Co. 13:5,6).
c) “Sobrio”, “justo”, “santo”. En su Comentario de la Epístola a Tito, Bill H. Reeves señala que estas tres cualidades “tocan todas las relaciones de la vida”: “El anciano debe ser sobrio (hacia sí mismo), justo (hacia sus semejantes), y santo (hacia Dios)”. La sobriedad tiene que ver con la regulación de nuestra mente y de nuestros afectos, para no dejarnos arrastrar por los excesos, en cualquier área de nuestra vida. Implica moderación, sensatez, prudencia, discreción, entre otras cosas. Tal es el significado que involucra la palabra griega sofrona empleada aquí. La justicia involucra imparcialidad en el trato hacia los demás. El favoritismo y la parcialidad es un mal que debe ser evitado a toda costa por el ministro del Señor. La santidad, esa doble posición de separación del pecado y mundanalidad, y de consagración permanente y continua al Señor, debe ser siempre la meta del líder cristiano. Esa santidad será garantía de una actuación justa y sobria delante de Dios, y para con los hombres.
d) “Dueño de sí mismo”. Esta es la única vez, en todo el Nuevo Testamento, que se emplea el adjetivo “egkrastés”, y que se traduce en la Reina-Valera como “dueño de sí mismo”. En su forma sustantiva es usado, en la Biblia, como “dominio propio” (Hch. 24:25; 2 P. 1:6) y “templanza” (Gá. 5:23). Ser “dueño de sí mismo” implica tener autocontrol sobre nuestros pensamientos, sentimientos, emociones, pasiones y apetitos. Significa que ninguna otra cosa puede dominarlo (1 Co. 6:12).
e) “Retenedor de la palabra fiel, tal y como ha sido enseñada”. El vocablo griego traducido aquí como “retenedor” es “antejómenon”, participio del verbo “antéjomai” que significa primariamente “sostenerse a uno mismo opuesto a”, por implicación llega a tener el significado de “adherirse a” y, por extensión, “interesarse por, estimar, retener, sostener”. La palabra traducida como “fiel” es el adjetivo pistos que significa “fidedigno, confiable, digno de confianza”. “Tal y como ha sido enseñada”: literalmente, en el griego, leemos “katá tén didajén” o sea, “de acuerdo con la doctrina” o “de acuerdo con la enseñanza”.
El siervo del Señor debe estar adherido, retener en sí mismo, sostener, estimar siempre la Palabra de Dios fidedigna, de acuerdo con lo que enseña la Escritura. El pensamiento aquí tiene su paralelo en 1 Timoteo 3:2, en el que se sostiene que el obispo debe ser “apto para enseñar”. Una y otra vez, el apóstol insiste en la preparación doctrinal del ministro de Dios. Solamente se puede retener, sostener, estimar, defender, lo que se conoce. En 1 Timoteo 3:6, el apóstol agrega “no un neófito” o sea, un ignorante, un desconocedor. El propósito de este mandamiento es garantizar que el ministro “sea capaz, tenga el poder de exhortar de acuerdo con la sana enseñanza o doctrina, y pueda oponerse y rebatir la falsa doctrina”. Esta es la idea que puede ser derivada del texto griego.